Y una noche, con su capa de negrura de Muerte, la Nada extendió sus brazos y me tapó la luz.
No me arrastró consigo, mas bien me obligó a levantarme, a abandonar el verde, a cargar mi mochila deshilachada y retomar el viaje.
Con muchas sombras, con grandes miedos, con un llanto que no cesa y me impide ver donde piso, con la sospecha dolorosa de que las tierras que quedan atrás jamás dejarán de ser añoradas.
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