Lo suficientemente invisible como para pasar inadvertido;
lo suficientemente visible como para no tener donde esconderme

30 dic 2004

Estatua

Disculpen lo tan extenso
del cuentito publicado
pero mi arte no puede
ni debe ser mutilado

Ellos habían sido novios durante algo más de 4 años cuando todo acabó.
Según Julieta simplemente el amor había terminado, y ya no sentía nada. Para Esteban eso era inaceptable. Así que ahora, cumpliéndose un año de la ruptura, Esteban seguía sin resignarse a perderla. Y Julieta, firme en su postura, seguía sin responder sus insistentes mensajes y sus llamados telefónicos.

El flamante trabajo de Esteban en el micro-centro pensó que le ayudaría a olvidarse de ella. Conoció mucha gente nueva, compañeras lindas y simpáticas.
Todo iba relativamente bien hasta el día en que, deambulando en su horario de almuerzo por la calle Florida, la vió.
Julieta, estudiante de teatro y de profesorado de gimnasia, se estaba ganando unos pesitos como "estatua viviente". Vestida de blanco, con guantes blancos y pintada la cara de igual modo, pasaba un par de horas en la peatonal desempeñando esa singular tarea. Una cajita de madera a sus pies tenía pintado con letra cursiva: "Coloque una moneda para activar el movimiento". A unos 10 metros de ella, otra estatua, ésta de color bronce, emulaba al genial Carlos Gardel.
El primer mediodía que Esteban la vió la reconoció de inmediato. Se detuvo a escasos 2 metros de ella y pudo ver como ella giró los ojos (no su cuerpo) por un instante para observarlo. Enseguida volvió la vista. De más está decir que se quedó dura al verlo.
- Qué chico es el mundo no?- le dijo Esteban.
Ella, fiel a su trabajo, permanecía inmutable.
- No me vas a decir nada?... - se hizo una pausa, Esteban sacudía la cabeza mirándola en una postura que revelaba su evidente estado de nerviosismo.
- Claro!!! Ahora sos estatua!!! Jaaaa... Que mueca del destino no? -agregó- De esta misma forma me trataste todo este tiempo! Ignorándome! Haciendo de cuenta que yo no existo!
Con cada palabra Esteban iba elevando el tono de voz y la multitud, siempre ávida de escándalos, se iba amontonando en torno a la escena.
Un tipo de aproximadamente 50 años le gritó al pasar:
- Flaco!!! Qué más querés? Ojalá mi jermu se quedara callada!!!
Otro le gritó de lejos:
- Aflojá que se puso pálida! - seguido por un murmullo de risas.
Algunos, más audaces, tiraban comentarios como: "Esta se volteó al busto del general San Martín!" o "Esa mina no tiene verguenza. Tiene la cara de cemento, tiene!".
Esteban, absorto en sus pensamientos, impermeable a los comentarios, siguió:
- Mira que soy capaz de quedarme acá hasta que me des bola eh!... O esperas que te ponga una monedita para darme pelota????
Uno de esos solidarios desubicados que nunca faltan, de esos cholulos de la solidaridad que sólo buscan popularidad, le tocó el brazo y sacando una moneda de 25 c. le dijo generoso:
- Dejá, invito yo - y mirando a Julieta agregó en voz casi susurrante - Flaca, dale bola que está muerto con vos.
Se sintió el metálico sonido de la caída dentro de la caja y la estatua inició una secuencia de armoniosos movimientos de manos, brazos y piernas que duró unos pocos segundos y sin más se detuvo.
Esteban se quedó en silencio, abatido, y sin decir palabra emprendió el regreso a su trabajo.

En los días siguientes, eludió con excusas las invitaciones de sus compañeros a almorzar para recorrer las 8 cuadras que lo separaban del lugar donde posaba su amada.
Día tras día se ubicaba cerca de ella y le decía cosas pero, como suele pasarle a muchos humanos, cometió el error de traducir en prepotencia su profunda impotencia. Y así, sus palabras se volvieron cada vez más agresivas, cargadas de resentimiento.
- Mira vos! -gritó en su queja del 3er día- ahora te "mueve" cualquiera tirandote una monedita!!! Viste que resultaste ser una p*t%!!!
Julieta, imperturbable, soportó estoicamente la agresión.
Incluso su recaudación había aumentado notoriamente ya que el público deseaba ver en algún momento alguna reacción de respuesta hacia el insistente muchacho.
Algunos desprevenidos transeúntes que se detenían por primera vez en el lugar creían que todo era un show montado, pero no.
La concurrencia, muchos de los cuales seguían la historia cada día, ya no estaba del lado de Esteban. Se preparaban para el espectáculo bebiendo una gageosa, comiendo un sandwich y se codeaban y murmuraban cuando el joven enamorado "aparecía en escena". Pero la salvaje agresión hacia alguien que ni movía un pelo en defensa propia provocó un creciente repudio generalizado.

El 4to día, un viernes, el encuentro duró tan solo unos minutos y Esteban volvió a su lugar de trabajo insultado y con algunos escupitajos en su saco negro.
El fin de semana pasó y llegó el lunes con su terrible desenlace.
Eran las 13:15 cuando la multitud reunida en torno a Julieta irrumpió en un cerrado aplauso al hacer su aparición Esteban.
Se lo notaba con el rostro desencajado, enceguecido...
A pesar de su ceguera, se percató por primera vez de la figura de Carlos Gardel que, debido al éxito de Julieta, había quedado relegada a un muy lejano segundo plano, esperando que alguna mísera moneda cayera en su cajita y no en la de ella.
Esa moneda llegó, y no fue una sino 2 o 3. Una mano misteriosa, macabra, las arrojó activando a "Carlitos" después de mucho tiempo.
-Julieta!!! Por Dios!!! Como te lo tengo que pedir??? -empezó Esteban. -Hablemos, tomemos un café. No podés seguir ignorándome! Sos ina insensible hija de p*t%!
Con un pausado movimiento la estatua de Gardel caminó hasta Esteban y, sin que éste se diera cuenta, "el bronce que sonríe" sacó de entre sus ropas un puñal y lo atravesó por la espalda.
-A ver si así 'erterdes' que la mina me quiere a mi... -dijo Carlitos.
El cuerpo sin vida de Esteban se desplomó en el piso y Gardel esbozó su clásica sonrisa, se acomodó el sombrero y abriendo un poco los brazos en una postura como preparándose a cantar quedó otra vez inmóvil.
La muchedumbre se avalanzó sobre Esteban, hubo gritos, pedidos de ambulancia, corridas, confusión. Solamente Julieta y Carlos Gardel seguían inmóviles, mirándose en silencio.

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