Lo suficientemente invisible como para pasar inadvertido;
lo suficientemente visible como para no tener donde esconderme

21 jul 2009

El fin de los Quimzoquis

Soledad sobre ruinas, sangre en el trigo
rojo y amarillo, manantial del veneno
escudo heridas, cinco siglos igual.

Libertad sin galope, banderas rotas
soberbia y mentiras, medallas de oro y plata
contra esperanza, cinco siglos igual.

En esta parte de la tierra la historia se cayó
......como se caen las piedras aun las que tocan el cielo
o estan cerca del sol o estan cerca del sol.

Desamor desencuentro, perdon y olvido
cuerpo con mineral, pueblos trabajadores
infancias pobres, cinco siglos igual.

Lealtad sobre tumbas, piedra sagrada
Dios no alcanzo a llorar, sueño largo del mal
hijos de nadie, cinco siglos igual.

Muerte contra la vida, gloria de un pueblo
desaparecido; es comienzo, es final
leyenda perdida, cinco siglos igual.

En esta parte de la tierra la historia se cayó
como se caen las piedras aun las que tocan el cielo
o estan cerca del sol o estan cerca del sol.

Es tinieblas con flores, revoluciones
y aunque muchos no están, nunca nadie penso
besarte los pies, cinco siglos igual.

- León Gieco, "Cinco siglos igual"

Tan injusto como culpar a Graham Bell por los llamados a deshora que recibimos de parte de los trabajadores de telemarketing sería culpar a los Quimzoquis por las desgracias sobrevenidas sobre sí mismos. Este primitivo pero noble pueblo aborígen, adoradores de una única deidad sobre cuyo promimente abdomen reposa la convulsionada Tierra... este pueblo digo no tenía la culpa de que ciertos códigos de Occidente coincidieran con sus costumbres.
Lo cierto es que desde sus orígenes los Quimzoquis tomaron la costumbre de mover la cabeza con leves movimientos de arriba abajo mientras hablaban. Esta expresión coincidía plenamente con el "sí" silencioso del mundo civilizado, idéntico gesto al que se hace cuando uno asiente con la cabeza en aceptación o para mostrar conformidad. Pero para los Quimzoquis esto no era más que buscar con cada dicho la aprobación de Feltuzca, el omnipotente dios hacedor de todo lo conocido y destinatario de tanta fe. La devoción incondicional de los aborígenes hizo que con el paso del tiempo ese movimiento de cabeza fuera algo totalmente automático y acompañara siempre cada cosa que se decía (ya sea que se tratase de la presencia de una tribu enemiga o de mofarse en secreto del nuevo corte de pelo del cacique).
Extrañamente las desgracias llegaron para este pueblo feliz con la llegada de los colonizadores españoles. Éstos últimos no entendían una sola palabra de los Quimzoquis pero creían ser entendidos al interpretar los movimientos de cabeza como plena aceptación de sus propuestas.
Esto libraba de culpa a los conquistadores que, siempre dispuestos a difundir su cultura y extender su dominio en base al consenso y a la democrática aceptación de sus ideas, ante cada pregunta recibían un "sí, por supuesto háganlo" ficticio, una demostración de conformidad no real, sólo fundada en sus involuntarios y condescendientes movimientos de cabeza. Cuando respetuosamente los adelantados se expresaban solicitando permiso parta tal o cual cosa interpretaban erróneamente la respuesta.
Así los Quimzoquis -a diferencia del resto de los pueblos nativos- perdieron todo: sus animales, sus tierras, su arte, su cultura, inclusive sus propias vidas. Lo que vino luego del exterminio fue doloroso: pobres conquistadores, dificilmente pudieron recuperarse del duro golpe que fue haber descubierto que se malinterpretó a este pueblo y que se lo aniquiló injustamente.