[Toda familia que se considere veraniante ha vivido una siuación similar a ésta]
La familia por la mañana llega a Mar de Ajó. (Rodolfo de 42, Graciela de 39 y Agustín de 5)
El día es ideal para la playa, así que después de desempacar todos al agua!!!
Luego del primer refrescante chapuzón viene un par de horas de mate con arena y ya cuando el calor se empieza a sentir de nuevo se produce el siguiente diálogo:
Agustín dice:
-Pa, tengo calor de nuevo. Me puedo sacar la remera?
El padre está levemente recostado sobre la arena, sintiéndose el dios del verano, apoyado sobre sus codos y con la mirada pérdida en las olas.
Lo único que atina a decir sin quitar la vista del horizonte es:
-No sé. Preguntale a tu madre.
-Ma, me puedo sacar la remera?
-No, dejátela. -contesta la mujer deseando tomarse un poco de vacaciones de madre también.
-Me quiero sacar la remera! -insiste el pequeño.
-No, hijo. El sol a esta hora está muy fuerte! -contesta ella.
-Ufa! Yo quiero estar como papá! Por qué papá puede estar así y yo no?
El hombre mira a su hijo y con la solemnidad que sólo un padre puede poner cuando se transmite la sabiduría de generación en generación afirma:
-Agustín, papá es grande y sabe lo que hace.
La mujer, rápida reacciona:
-Rodolfo, mejor ponete algo que estás blanco teta y el sol te va a matar!
-No me desautorices delante del chico -sentenció el hombre.
Esa noche, en el departamneto alquilado, mientras el niño y su madre dormían, Rodolfo iba "de la ducha al living" hirviendo de la quemazón. Su cuerpo, cual estufa radiador, no lo dejaba descansar y hasta el roce de las sábanas lo lastimaba.
El día siguiente fue un día perdido para él. Recién al tercer día pudo reintegrarse a la familia y los acompañó a la playa. Eso sí, ya sin ese aire de porteño ganador sino camninando timidamente, cubierto como un beduino que ha perdido su camello.
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