Lo suficientemente invisible como para pasar inadvertido;
lo suficientemente visible como para no tener donde esconderme

5 jul 2005

Incrédulo

Ayer soñé
con los hambrientos los locos,
los que se fueron, los que estan en prisión.
Hoy desperté cantando esta canción
que ya fué escrita hace tiempo atrás
Y es necesario cantar
de nuevo una vez más...
-"Inconciente colectivo", Charly García


Hacía ya unos años que el gobierno global, mediante un despótico decreto, había prohibido la práctica de cualquier idea religiosa. El pueblo, no tuvo más remedio que someterse estoicamente al cumplimiento de tan dura medida.

Sin embargo, con el paso del tiempo, cada vez era más habitual encontrar cotidianamente singulares situaciones, como esta:

Las pesadas puertas que comunicaban el segundo vagón con el tercero se abrieron fugazmente dejando pasar -además del vertiginoso sonido de las vías- a un vendedor ambulante.
-Pañuelitos descartables!!!! A los pañuelitos!!! 4 paquetes por 1 peso! Para la dama... para el caballero... sigo entregandoooo...
El veloz vendedor, de unos 50 años y aspecto algo desprolijo, amagó a dejar 4 paquetitos sobre las rodillas de un muchacho que viajaba sentado y algo adormecido.
-No no. -le dijo al vendedor.- Yo no creo en "eso".
El joven pasajero se veía terrible! Su cara estaba muy sucia. En algunos tramos lucía brillante por la "pegajosidad". Unas marcas muy llamativas surcaban sus mejillas. Eran estelas, algunas ya secas, del material viscoso que segregaba sus fosas nasales. Además vestía un "castigado" suéter color marrón cuyas mangas y puños evidenciaban las mismas verdosas marcas que mostraba su rostro.
-Cómo que no cree mi amigo??!?! -dijo el vendedor sorprendido.- Pero fíjese nomás! Mírese usted mismo! No puede no creer!
-Discúlpeme. Yo no dije que no creo en los mocos. Sí que creo en ellos. Los admito, los acepto, me los banco. Son míos y no tengo ningún problema con ellos. Lo que no creo es en sus métodos de limpieza.
-Vamos hombre! -insitió el vendedor-. Deje la necedad de lado. Con un esfuerzo mínimo usted podría quedar limpio! Yo también he pasado por lo mismo. Y míreme ahora.
-Ya le dije que no quiero sus pañuelos!
-Piensa que es casualidad que yo esté en este preciso momento aquí hablando con usted?
El pasajero lo miró pensativo.
-No señor -continuó el vendedor-. No existen las casualidades, para todo hay un propósito.
El pasajero hizó un gesto de claro desprecio y se dispuso a ignorar al vendedor mirando por la ventanilla.
Sin más, el vendedor siguió su curso, algunos compraron, otros no.
En fin, como siempre ha sido.

No habían pasado ni 5 minutos del episodio cuando el pasajero no pudo evitar un estrepitoso estornudo. Los que estaban cerca y habían presenciado en silencio la conversación lo miraron detenidamente. Sus manos habían recibido el impacto de una pesada carga viscosa de color verde-amarillenta.
Se quedó un instante pensando que hacer. Al fin y al cabo, tal vez el vendedor tuviera razón. O tal vez solo era cuestión de buscar a alguien, apoyarse en alguien momentáneamente, encontrar algún desprevenido pasajero de sobretodo largo, saco o campera de lana que haga las veces de víctima.

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