I wanna run
I want to hide
I wanna tear down the walls
That hold me inside
I wanna reach out
And touch the flame
- "Where the Streets Have No Name", U2
I want to hide
I wanna tear down the walls
That hold me inside
I wanna reach out
And touch the flame
- "Where the Streets Have No Name", U2
Mi paso por Villa Bofecto se debió a la necesidad de localizar a mi tío Armando. Nuestra familia había pasado por una de esas situaciones en las que era practicamente imprescindible ubicar a ciertos miembros para, una vez juntos, tomar una decisión de índole legal. Y mi tío era el único que aún no había sido localizado.
De Armando no teníamos noticias desde 1997, año en que se radicó en Chubut para trabajar en no sé exactamente que actividad agropecuaria. Eso sí, nos había dejado su dirección: Emilio Mitre 635 - Villa Bofecto.
Mucho me costó encontrar información sobre la ubicación del pueblo que no figura en ningún mapa.
Así fue como una mañana de Enero, aprovechando mis vacaciones, el micro se detuvo en la ruta y allí bajé yo con mi mochila en el medio de la árida patagonia.
-Disculpe, pero no entran en el pueblo? -pregunté a quién "comandaba" el vehículo.
-Noooooo.... por suerte! -me dijo entre risas.- Tenés que cruzar esos campo y ahí lo vas a ver -agregó-... son más o menos 5 kilómetros.
El comentario del chofer me había parecido extraño pero no le dí mayor importancia y empecé a caminar.
Villa Bofecto parecía ser un pueblo muy aislado (al parecer ninguna ruta o vía férrea llegaba hasta allí) pero más allá de ese singular detalle a simple vista aparecía como un pueblito para nada diferente a otros tantos que cubren nuestra tierra.
La sorpresa llegó cuando empecé a recorrer sus calles e intenté ubicar la calle Emilio Mitre.
No había letreros indicativos de ninguna calle ni tampoco números en las casas.
Me sorprendió el hecho de que el pueblo no era tan pequeño como yo suponía por haber llegado hasta el atravesando un sendero en el campo.
-Buenos días -dije al ingresar a un local que supuse que vendería artículos de limpieza aunque nada decía en la puerta.
-Buenas -me dijo un hombre mayor de bigotes blancos al que parecía que mi presencia sorprendía notablemente.
-Mire... ando buscando la calle Emilio Mitre...
-Ja. Primera vez que viene no?
-Sí, acá se conocen todos me imagino -dije tratando de ser simpático.
-Mmmhh... más o menos. Uno nunca conoce el alma de otro.
-Es verdad -dije comenzando a sentirme interesado, como cada vez que me veo envuelto en una conversación profunda.
-Emilio Mitre.... -repitió sonriendo pensativo...- puede ser la primera... o la segunda... o la tercera... -dijo señalando al norte.
-Corre así? -pregunté.
-O así -me replicó señalando una dirección perpendicular.
Empecé a sospechar que el hombre no hablaba en serio.
-No sabe entonces? -pregunté algo molesto.
-No. no es eso. En realidad... Emilio Mitre puede ser la que vos elijas. Pero tomáte tu tiempo. Los turistas siempre están apurados. Quieren todo ya.
-No, no soy turista -aclaré.- Dificilmente elegiría este lugar para mis vacaciones. Además supongo que nadie más lo elegiría. -agregué tratando de no sonar grosero.
-Sí, la gente busca paisajes externos, no internos. Es una lástima -me dijo.
-Estoy buscando a mi tío Armando que hace unos años vive aquí.
-Mirá pibe... tal vez no lo hayas notado pero en Villa Bofecto las calles no tienen nombres, ni números ni hay letreros indicativos acerca de nada! Hace años hemos erradicado eso. Nos libramos de esa carga.
-Pero... no entiendo... cómo hacen? Cómo se ubican?
-Ubicarse? Ubicarse no tiene nada que ver con eso -me dijo convincente.
-Pero... cómo hacen para encontrar una casa? Encima todas son tan iguales!!!
-Je. Encontrar una casa... -repitió como si fuera mi eco.- Vos te referís a planificar un destino, a tener la ilusión de saber adónde vas.
-Me refiero -dije algo confundido- a poder tener señales, símbolos para poder encontrar lo que busco.
-Claaaaro, y así perder las oportunidades... cerrar las puertas que la vida nos pone delante. La sorpresa de conocer a alguien, de vivir nuevas experiencias.
Me miró de arriba a abajo y agregó:
-Seguramente vos no seas el mejor ejemplo de lo que digo pero nunca nos hubieramos conocido si las calles tuvieran nombres.
Lo miré en silencio. Lo dejé seguir:
-De entrada todo parece confuso, desquiciado, pero ya te vas a acostumbrar y vas a ver que nuestro modo de vida es mejor.
-Yo igual encuentro a mi tío y a más tardar mañana me voy -dije.
Le dije el nombre de mi tío para ver si lo conocía y ante su negativa me despedí con cierta prisa pero sin abandonar la cortesía y salí a las ignotas calles decidido a encontrarlo.
Caminé unas cuántas horas, preguntando, conversando, captando las impresiones de un pueblo que se negaba a las identificaciones. Finalmente, elegí una casa al azar y pregunté decidido por Armando.
Una señora de unos 70 años me invitó a pasar. Su nombre: Norma. Luego me insistió para que me quede a cenar con su familia. Una familia encantadora.
En seguida me hice amigo de Fernando, su hijo menor.
Al día siguiente no pude ubicar su casa y ya no los ví nuevamente. Pero conocí a los Roulet. Un matrimonio muy agradable.
Tres días después ya no buscaba a mi tío. No sé que habrá sido de él. Ya no me interesaba tanto.
Conversé un par de veces más con Emilio, el comerciante de bigotes blancos. En una de esas jugosas charlas me dijo a modo de estar revelando una verdad importantísima una frase que yo creí haber escuchado en algún lugar antes: "Un hombre es todos los hombres y todos los hombres son un hombre".
En pocos días conocí a mucha gente interesante. Lógicamente, hay de todo. Pero me hice un puñado de valiosos buenos amigos.
De Armando no teníamos noticias desde 1997, año en que se radicó en Chubut para trabajar en no sé exactamente que actividad agropecuaria. Eso sí, nos había dejado su dirección: Emilio Mitre 635 - Villa Bofecto.
Mucho me costó encontrar información sobre la ubicación del pueblo que no figura en ningún mapa.
Así fue como una mañana de Enero, aprovechando mis vacaciones, el micro se detuvo en la ruta y allí bajé yo con mi mochila en el medio de la árida patagonia.
-Disculpe, pero no entran en el pueblo? -pregunté a quién "comandaba" el vehículo.
-Noooooo.... por suerte! -me dijo entre risas.- Tenés que cruzar esos campo y ahí lo vas a ver -agregó-... son más o menos 5 kilómetros.
El comentario del chofer me había parecido extraño pero no le dí mayor importancia y empecé a caminar.
Villa Bofecto parecía ser un pueblo muy aislado (al parecer ninguna ruta o vía férrea llegaba hasta allí) pero más allá de ese singular detalle a simple vista aparecía como un pueblito para nada diferente a otros tantos que cubren nuestra tierra.
La sorpresa llegó cuando empecé a recorrer sus calles e intenté ubicar la calle Emilio Mitre.
No había letreros indicativos de ninguna calle ni tampoco números en las casas.
Me sorprendió el hecho de que el pueblo no era tan pequeño como yo suponía por haber llegado hasta el atravesando un sendero en el campo.
-Buenos días -dije al ingresar a un local que supuse que vendería artículos de limpieza aunque nada decía en la puerta.
-Buenas -me dijo un hombre mayor de bigotes blancos al que parecía que mi presencia sorprendía notablemente.
-Mire... ando buscando la calle Emilio Mitre...
-Ja. Primera vez que viene no?
-Sí, acá se conocen todos me imagino -dije tratando de ser simpático.
-Mmmhh... más o menos. Uno nunca conoce el alma de otro.
-Es verdad -dije comenzando a sentirme interesado, como cada vez que me veo envuelto en una conversación profunda.
-Emilio Mitre.... -repitió sonriendo pensativo...- puede ser la primera... o la segunda... o la tercera... -dijo señalando al norte.
-Corre así? -pregunté.
-O así -me replicó señalando una dirección perpendicular.
Empecé a sospechar que el hombre no hablaba en serio.
-No sabe entonces? -pregunté algo molesto.
-No. no es eso. En realidad... Emilio Mitre puede ser la que vos elijas. Pero tomáte tu tiempo. Los turistas siempre están apurados. Quieren todo ya.
-No, no soy turista -aclaré.- Dificilmente elegiría este lugar para mis vacaciones. Además supongo que nadie más lo elegiría. -agregué tratando de no sonar grosero.
-Sí, la gente busca paisajes externos, no internos. Es una lástima -me dijo.
-Estoy buscando a mi tío Armando que hace unos años vive aquí.
-Mirá pibe... tal vez no lo hayas notado pero en Villa Bofecto las calles no tienen nombres, ni números ni hay letreros indicativos acerca de nada! Hace años hemos erradicado eso. Nos libramos de esa carga.
-Pero... no entiendo... cómo hacen? Cómo se ubican?
-Ubicarse? Ubicarse no tiene nada que ver con eso -me dijo convincente.
-Pero... cómo hacen para encontrar una casa? Encima todas son tan iguales!!!
-Je. Encontrar una casa... -repitió como si fuera mi eco.- Vos te referís a planificar un destino, a tener la ilusión de saber adónde vas.
-Me refiero -dije algo confundido- a poder tener señales, símbolos para poder encontrar lo que busco.
-Claaaaro, y así perder las oportunidades... cerrar las puertas que la vida nos pone delante. La sorpresa de conocer a alguien, de vivir nuevas experiencias.
Me miró de arriba a abajo y agregó:
-Seguramente vos no seas el mejor ejemplo de lo que digo pero nunca nos hubieramos conocido si las calles tuvieran nombres.
Lo miré en silencio. Lo dejé seguir:
-De entrada todo parece confuso, desquiciado, pero ya te vas a acostumbrar y vas a ver que nuestro modo de vida es mejor.
-Yo igual encuentro a mi tío y a más tardar mañana me voy -dije.
Le dije el nombre de mi tío para ver si lo conocía y ante su negativa me despedí con cierta prisa pero sin abandonar la cortesía y salí a las ignotas calles decidido a encontrarlo.
Caminé unas cuántas horas, preguntando, conversando, captando las impresiones de un pueblo que se negaba a las identificaciones. Finalmente, elegí una casa al azar y pregunté decidido por Armando.
Una señora de unos 70 años me invitó a pasar. Su nombre: Norma. Luego me insistió para que me quede a cenar con su familia. Una familia encantadora.
En seguida me hice amigo de Fernando, su hijo menor.
Al día siguiente no pude ubicar su casa y ya no los ví nuevamente. Pero conocí a los Roulet. Un matrimonio muy agradable.
Tres días después ya no buscaba a mi tío. No sé que habrá sido de él. Ya no me interesaba tanto.
Conversé un par de veces más con Emilio, el comerciante de bigotes blancos. En una de esas jugosas charlas me dijo a modo de estar revelando una verdad importantísima una frase que yo creí haber escuchado en algún lugar antes: "Un hombre es todos los hombres y todos los hombres son un hombre".
En pocos días conocí a mucha gente interesante. Lógicamente, hay de todo. Pero me hice un puñado de valiosos buenos amigos.
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