Lo suficientemente invisible como para pasar inadvertido;
lo suficientemente visible como para no tener donde esconderme

9 dic 2005

Frutos

Tener un árbol de damascos (también conocidos como albaricoques) era uno de mis sueños. Comer los frutos de mi propia cosecha y dar a otros desinteresadamente era mi anhelo.
Así fue como elegí tres carozos, tres fortalezas de vida que tal vez un martillazo no logre abrir pero que la sutíl suavidad de la tierra y del agua consiguen quebrantar. Elegí los que me parecían más saludables y los planté en el fondo de casa esperando que se produjera el milagro de nacer, esa magia que despierta a la naturaleza latente, la saca de su modorra y la lanza al camino sin regreso, sin escalas que es la vida.
Me acomodé en una banqueta de plástico y me dispuse a contemplar. De tanto en tanto tomaba mi regadera y saciaba la sed de las semillas ocultas en la tierra. A veces con el dedo intentaba espiar bajo la superficie ansiando que un brotecito me sorprendiera pero pronto decidí que lo mejor era dejar a las nuevas vidas en paz y concluí en que el agua sería por el momento nuestra única vía de comunicación. Todos sabemos que a ningún brote le agrada que lo molesten.

Los días pasaron y al fin una planta, sí, solamente una de las tres, vió la luz y comenzó a crecer casi diría que a mi sombra.
Era mi orgullo y yo actuaba en consecuencia cuidando al "proyecto de árbol" con todas mis fuerzas. Por momentos casi podía imaginarme saboreando los dulces y jugosos damascos.

Y pasaron los días, los meses, los años...
Ya hacía tiempo que había desechado la banqueta y me había comprado una cómoda reposera desde la cual admiraba el crecimiento del árbol con mayor comodidad.
Los años pasaron con sus veranos, sus tormentas, sus sequías y aguaceros y mi árbol crecía robusto, desafiante, con ramas que parecían querer pellizcar el cielo.
Imponente, me duplicaba en altura.
Sin embargo no había frutos.

Esperé al año siguiente... y nada.
Luego, un año más... y nada.
No entendía...
En que había fallado? Yo había dado todo de mí!
La frustración y el enojo iban ganando de a poco terreno dentro de mí y me repetía a mi mismo "Por qué?".

Un árbol de damascos debe dar damascos! Y punto. Por qué no habría de darlos? Qué clase de árbol de damascos no los da?
La espera se había tornado demasiado larga y una tarde calurosa de marzo mi reposera, demostrando que tenía menos paciencia que yo, se rompió.
Pocos minutos después yo estaba dándole patadas al inamovible tronco del árbol, furioso, cargado de reproches y desilusión.
Mi árbol no se inmutaba. Así es que lo dejé, tratando de mostrar la mayor indiferencia posible.
Lo ignoré unos días (tal vez una semana, o dos) hasta la mañana de ayer cuando decidí finalmente ir al fondo para verlo.
No tenía ya mi reposera así que me resigné a caminar orbitando en torno a la bestia vegetal mientras la miraba.
El hecho de caminar y no echarme en una reposera me posibilitó otro punto de vista de las cosas y a pesar de que conocía cada una de sus ramas en detalle jamás de los jamases había yo reparado en algo asombroso. Hasta ese momento nunca había notado las aves que en mi árbol se posaban.

Había vivido estos años tan ensimismado en la espera de los frutos que me perdí la oportunidad de ir descubriendo a tan variadas especies que habían hecho de sus ramas un hogar.

Ahí comprendí todo. No era mi árbol, nunca lo fue. No siguió mis planes sino los de alguien más.
Y sí había dado frutos. Claro que sí. No los que yo esperaba pero había sido hogar y refugio de muchas vidas. Muchas aves habían habitado y recorrido sus ramas, alegrando mis días con singulares, inigualables y variadas voces. Además aprendí que no siempre las aves más vistosas son las que mejores melodías entonan.

Una vez más, la Naturaleza me había sorprendido.
Este árbol me enseñó que muchas veces agudizar la vista en busca de lo más deseado no siempre sirve. Tal vez sólo era cuestión de cerrar los ojos y simplemente escuchar la melodía.

8 comentarios:

microcosmos dijo...

cerrar los ojos, dejarse llevar... por la melodía, por la sorpresa. estupendo eso.

Mhi dijo...

No era tu arbol...no...pero gracias a vos fué y será...y siempre va a estar ese orgullo "paternal". no?

Mausi dijo...

Tantas veces nuestros anhelos nos impiden ver las cosas como son (o como las ven los demás). Muy buen relato!

BaNNa dijo...

no hay pero ciego que el que no quiere ver (?)
muyy bello su relato. siempre hay que intentar mirar las cosas desde otra perspectiva, bien por ud.

volvio el haloscan!

BaNNaNNa

Tomás Grounauer dijo...

"Los damascos no son hijos tuyos, son hijos de la vida", diría El Profeta haciendo una variación de sus propias palabras.

PD: muy lindo texto.

Jack dijo...

Claaaaaaaaaaaro!!

No comiste damascos, pero... ¡el guiso de palomas que te hab´ras hecho!

Me gustó tu técnica. Ya mismo voy a plantar un olmo para pedirle peras y no me dé ninguna y que se me termine llenando de sanguches de milanesa. Seeeeeeee.

Principito dijo...

GRACIAS a TODOS.

Por favor sigan viniendo por estos pagos.

NsNc dijo...

me encanto princee!! vengo en diferido ... igual sirve no?... creo que esta bueno darse cuenta que cambiando la perspectiva uno se puede dar cuenta de cosas que no habia imaginado ni pensado... beso!